Cuando volvemos a la naturaleza, lejos de la vida urbana, podemos sentir de nuevo y somos capaces de identificar claramente nuestra verdadera esencia
En contacto con la naturaleza, nuestros sentidos se recuperan y despiertan. En cambio, la carencia de vitamina N (de naturaleza), como la denomina el escritor y periodista norteamericano Richard Louv, podría ser responsable de muchas de las dolencias físicas y psíquicas que hoy nos aquejan: obesidad, estrés, depresión, enfermedades coronarias, alergias e incluso cáncer.
NOS CONECTAMOS CON LA TIERRA Y CON NOSOTROS MISMOS
El contacto directo y sensible con las cosas vivas debería ser reconocido por los tratados internacionales como un derecho fundamental de las personas, tan importante como el acceso al alimento o a la vivienda, y debería ejercerse desde el mismo instante del nacimiento.
Justo aquí, en la libertad de la naturaleza, podemos experimentar lo que significan realmente la humildad, la aceptación y el respeto. Nos es más fácil encontrar nuestro lugar y disfrutar de la belleza y singularidad de nuestra existencia en un todo más amplio.
Esta necesidad de relación con la naturaleza se hace sentir con más fuerza en el caso de las criaturas que en pleno proceso de crecimiento y desarrollo son más sensibles y vulnerables a las características del entorno.
6 MANERAS DE DISFRUTAR DE LOS BENEFICIOS DE LA NATURALEZA
Para gozar de este reencuentro no es necesario realizar actividades complicadas ni aventurarse en arriesgados deportes que requieren costosos equipamientos. Unos actos sencillos pero sentidos pueden tener enormes repercusiones tanto en nuestra salud como en nuestro estado de ánimo y crecimiento personal.
1. CAMINAR DESCALZOS
Nuestros pies desnudos, sobre la tierra, vuelven a conectarnos con su campo magnético: recuperamos nuestras raíces, soltamos tensiones y nos recargamos de energía. También nos sentimos más adentro, inmersos en el paisaje. Caminar sin unos zapatos que nos opriman representa una gran liberación de la que podemos disfrutar sin miedo: el ser humano ha ido descalzo a lo largo de prácticamente toda su historia y, siempre que lo hagamos con cierto cuidado, no representa ningún peligro.
2. ABRAZAR UN ÁRBOL
Puede ser una especie de ritual, una forma de saludar a los seres de la naturaleza cuando llegamos al campo. Los árboles son nuestros hermanos. Al abrazarlos, aprendemos a verlos, reconocerlos y a experimentarlos como los seres vivos que son, y no como objetos inertes. Procura sentir su energía, observa cómo la recibes y como tú puedes darle la tuya. Escucha el latido de tu corazón resonando en el latido del árbol.
3. ARTE EN EL PAISAJE
El instinto artístico es tan común a todas las personas como el lenguaje. La naturaleza es una gran fuente de inspiración que hace que nuestro instinto artístico surja espontáneamente. Es frecuente que, mientras contemplamos el paisaje relajadamente, cojamos la rama de un árbol o una pequeña piedra afilada y empecemos a hacer dibujos, garabatos, casi sin darnos cuenta. Estos momentos de expresión personal libre aportan seguridad, paz y tranquilidad.
4. CAMINAR JUNTO A UN CURSO DE AGUA
Se ha dicho muchas veces: el agua es fuente de vida. Su presencia nos calma y nos llena el espíritu. Su forma continua de fluir, su sonido, el frescor y la renovación energética que aporta allí por donde pasa, y las numerosas plantas y animales que se acercan a beber y vivir en ella la convierten en un elemento ideal para ofrecernos un paseo reparador.
5. ESCUCHAR EL SILENCIO
Uno de los principales efectos de la vida moderna es que los sentidos se estrechan fisiológica y psicológicamente. Detenernos a escuchar la vida del bosque, con sus sonidos que crecen y se multiplican a medida que les prestamos más atención, puede ser el inicio del camino inverso. Ponerse a prueba en este aspecto es una experiencia enriquecedora y sorprendente.
6. DELEITARSE EN FAMILIA
Podemos observar con nuestros hijos la magia y la riqueza de estos espacios llenos de vida. Dejarse contagiar por el entusiasmo de los más pequeños nos permite volver a mirar el mundo con otros ojos. Los árboles y las ramas caídas suelen dar cobijo a ciempiés, gusanos o mariquitas. También podéis buscar huellas en la tierra, identificar los montículos de los hormigueros, explorar nidos abandonados…